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Writer's pictureMauro Silva

Camino al Orinoco, toma 2.

Ya es una costumbre. En la semana del 20 de Julio, todos los amantes de esta vaina, hacemos el intento de ir hasta puerto Carreño por los llanos del Meta, Casanare y Vichada inundados a más no poder. Antes de partir, me preguntaron el porqué, no supe que responder. Cuando me preguntaron que iba a hacer cuando llegará hasta allá, respondí sin dudar; Pues devolverme. Es uno de esos paseos difíciles de explicar pero fáciles de entender cuando uno está allá.

En teoría es hasta sencillo. Hay que armarse un 4x4 con todo lo que la billetera permita, para enfrentar un barrial que parece no tener fin y llegar a una pequeña ciudad al borde del rio Orinoco, en la frontera con Venezuela. Más o menos 1100 kilómetros tiene el paseo desde Bogotá y más de la mitad, carecen totalmente de asfalto. Entonces, mejor que el carro este bien preparado.

Hay tantas opiniones respecto de cómo armar el carro para este paseo como personas que lo intentan. Aun así, hay algunas tendencias. Sin duda, los carros preferidos son Nissanes y Toyotas. Ahora se ven algunos Jeep también. Winches, luces, defensas rígidas, llantas grandes, bidones para llevar gasolina, son el común denominador.

Nuestro equipo estaría conformado por 3 carros, 9 adultos y la pequeña Julieta de 7 años que nos mantendría al tanto de todo lo que venía a su mente cuando los radios funcionaban. Dos Toyotas con más de 40 años y una Ford F150 de los 90s eran los carros. En nuestro Toyota Fj40, apodado “la garza” optamos por llevar la versión más minimalista y ligera. Apostamos por irnos sin techo ni puertas, lo que resultaría cómodo y para nada contraproducente. El carro está equipado con llantas Procomp Xtreme Mt2 de 33” de alto, montadas en rines BWAv Delirium de 15x8. Suspensión de 2.5” winche Warn m8274, 7 luces exploradoras al frente y dos en la parte trasera. 4 exploradoras de profundidad van en la parrilla de techo que nos hicieron en Metal Formas Accesorios 4x4, que además cuenta con soporte para un gato hilift en la que podíamos acomodar hasta 20 galones de gasolina. Abajo, un par de Hella Rallye 2.000 y una barra led de 24”. Atrás un par de Lightforce 140. Una pequeña nevera en medio de las sillas delanteras, cargadores USB y tomas 12voltios resistentes al agua y dos maleticas triangulares soportadas del rollcage en donde iba la ropa. Una configuración realmente sencilla y minimalista junto a las gigantes burbujas en las que llevan absolutamente de todo.

El Fj40 de nuestro querido amigo Roberto, equipado con winche, unas exploradoras Lightforce 240, otro par más pequeñas y una barra led en el techo, snorkel, llantas Mt de 31 pulgadas y una extensión de exosto tipo bus para evitar que el barro tapone el escape de gases. El Chigüiro seria su apodo. Y “el manatí”. La F150 que estaba equipada discretamente y bajo su look totalmente original con un winche y unas pequeñas pero potentes exploradoras camufladas dentro de la parrilla.

Dentro de los carros, llevábamos herramienta suficiente para desarmar y volver a armar los carros. Además de algunos repuestos que considerábamos útiles. El ancla que iría y volvería sin ser usada, así como los winches. Impermeables, comida, pica, pala, botiquín y absolutamente todos los porsiacasos que se nos ocurriría llevar. Incluido un baño muy curioso del cual no tenemos foto, pero era básicamente así.

Comenzaba la aventura.

Nos encontramos el viernes en Villavicencio y salimos con rumbo a Yopal. Nos habían contado que el combustible estaba escaso en esa ciudad, por cortesía del paro camionero, así que llenamos los tanques y los bidones cerca a Restrepo. La idea era dormir en Orocué, a orillas del rio meta.

En donde terminaba el asfalto y comenzaba una destapada aflojadora de tornillos de 60 kilómetros, paramos para bajar el aire y nuestro Fj40 lanzo un bostezo lleno de vapor. Un tornillo que sostiene la base del termostato, había perdido la cabeza por segunda vez. Lo había hecho antes bajando de Bogotá. Teníamos varios tornillos de respaldo, pero era un tema que requería atención. Removimos la pieza, el tornillo, pusimos silicona nueva y estábamos listos para seguir. El sol caía a nuestras espaldas. Luego de mucho brincar y de andar en promedio a 14 kmph, recorreríamos los insufribles 60km hasta Orocué. Un pequeño pueblo al borde del rio meta en donde no se consiguen los tornillos que necesitábamos pero si, se consiguen hoteles muy cómodos a muy buen precio y comida deliciosa.

Sobre las 10 am, tanqueamos gasolina a 9.000 pesos por galón y luego de poner todo en orden, tomamos el ferri sobre el rio meta, camino a un pueblito diminuto llamado “El Porvenir”. Desde aquí, se vería cuan inundado iba a estar todo. Había que vadear un poco para bajar del ferri.

El año pasado habíamos tomado la misma ruta. Y buscábamos una salida a la izquierda que nos llevaría a la carretera hacia la primavera. Pero el panorama ha cambiado bastante. Según nos dijeron, lo que antes era una enorme y vacía sabana, propiedad del difunto Víctor Carranza, que fue entregada al gobierno y ahora ha sido invadida. Los nuevos colonos han puesto cercas, sembrado y la ruta que buscábamos ha desaparecido casi totalmente. En ese momento no lo sabíamos y seguimos al GPS que inicialmente nos indicaba que atravesáramos por una cerca. Lo ignoramos y hacia la carretera a Carimagua. Vuelta adicional que nos daría dos o tres horas más de recorrido aquel día.

Continuamos la ruta a primavera sin mayor novedad que el hermoso e infinito mar verde rodeándonos, hasta que un niño nos dijo “el puente se va a caer”. En donde estaba el niño no había ningún puente, pero un par de minutos adelante había dos camiones, al borde de un diminuto puente quebrado. La estructura totalmente colapsada nos ponía nerviosos. Logramos pasar pero temíamos que al volver, el puente ya hubiera caído. En un corregimiento de Santa Rosalía del vichada, de nombre Guacacias, paramos a almorzar. Sanduchitos de atún como es costumbre. Allí nos encontramos con algunas cuatrimotos y bugís. Eran las 4 de la tarde y tanto ellos como nosotros estaban determinados a seguir para llegar a La Primavera

Hablando de todo un poco, con mi padre pensamos que ponerle vaselina a las farolas y exploradoras podría hacer que no se embarraran. Y si. Funciona increíble. El año pasado tuvimos mil paradas a limpiar farolas, pero con una pequeña untada de vaselina, el barro no se pega.

Determinados a llegar a La Primavera, que es una especie de oasis en medio de ese mar verde, seguimos por la noche. Roberto, en el Fj40 verde iba a la cabeza. Una que otra enterrada superada en un par de minutos gracias a las eslingas dinámicas no nos detenían, avanzábamos a buen ritmo. El único paso que nos complico la vida era un tramo de cerca de 1km de barro, con mil huellas y un tipo de barro que atrapaba los carros. Roberto se atasco, lo suficientemente lejos para que no pudiéramos rescatarlo desde un lugar seguro. Yo detrás, me atasque por otra línea. El Manatí, esperaba fuera en un lugar seguro. Caminar las huellas era frustrante. Todas igual de terribles. Finalmente, decidimos que la única forma era cruzar en lo que un querido amigo llama “modo leyenda”. Es decir, bajo, segunda y acelerador contra el tapete. De alguna extraña manera, logramos llegar al otro lado. Mi fj40 lograría atravesar todas las huellas y llegaría al borde de la cerca de una finca. Anduvimos más de 100 metros con el bumper a punto de tocar la cerca, totalmente de medio lado pero avanzando.

Logramos salir, a máquina. El lugar más vacio del mundo solo era alterado por el rugido del v8 del Ford y los aullidos de los motores F de Toyota. Luego de eso, la moral estaba alta. Tramos de terraplén que nos permitían andar a 30 o 40 alimentaban la ilusión de llegar a dormir en primavera, en donde teníamos reserva en el hotel. Yo soñaba con llegar a dormir en una cama.

Cambio de piloto en mi carro. Yo pasé a la silla de atrás, Juan Roberto a la del copiloto. Fer, mi tío, iba plácidamente instalado en su silla tomando fotos y videos. Varias enterradas sucederían, hasta que llegamos a un paso que no lográbamos superar. Alcanzamos a sacar picas y palas, cuando de atrás de la caravana vino el mensaje de que había un broche para pasar por la sabana ese tramo. Nos devolvimos unos metros y tomamos la sabana, que estaba totalmente inundada.

Avanzábamos felices, a buen ritmo por entre las huellas de los tractores sobre la sabana. Conservábamos el orden. De pronto, escuchamos el pito de la F150. Se veía de medio lado, el v8 rugía pero no había avance. Roberto se devolvió a rescatarlo. Luego de unos minutos, fuimos también pues vimos que no se movía. Ya eran las 11pm, las opiniones eran divididas respecto de cómo sacar a esa gordita de ahí. Camilo y Juan Roberto, en voz baja comentarían que debíamos halar con dos eslingas dinámicas y dos carros, pero nadie haría caso. Todos colaborando, trabajaríamos en dos frentes. Unos querían hacer minería sub acuática, despejando con las palas todo lo que detenía la camioneta. Yo pensaba en halar con la eslinga dinámica hasta que saliera. A esto le sumamos levantar la camioneta con el hilift. Mi idea se vería frustrada cuando luego de un buen tirón con dos eslingas en serie, una se rompería. Solo teníamos 3 eslingas dinámicas y no podíamos correr el riesgo de romper otra. La F150 se apagaría y no prendería más. El Fj40 verde, se quedaría apagado con las luces prendidas y la batería moriría. Y el arranque del mío, fallaría y no giraría justo en ese momento. La suerte ya no parecía estar de nuestro lado. Con una batería de respaldo, encenderíamos los carros nuevamente, pero no había progreso. Luego de varias horas estábamos tal vez peor que al comienzo. En un momento de iluminación, decidimos buscar un lugar seco y armar un campamento.

Montaríamos las carpas en el centro de dos huellas de llanta, que estaba “plano” y seco. Mientras traíamos los carros, el equipo rozaría el piso que tenia al menos 60 centímetros de pasto. Montaríamos las carpas y a dormir. Con luz de día el panorama era otro. Lo primero fue ir en busca de un tractor, señal de que la moral había amanecido un poco baja. Unos vaqueros que llevaban mas vacas de las que jamás en la vida vi, nos comentaron que no había ninguna cerca.

Decidimos levantar la cola de la camioneta con el hilift, poner las dos eslingas y los dos carros en paralelo y darle un buen tiron. La suerte nos acompaño, el tiron fue perfectamente sincronizado y la gordita salió, al primer intento. ¿Alguien recuerda que Camilo y Juan propusieron hacer esto desde el principio? La suerte nos sonreía nuevamente, además, la camioneta prendió inmediatamente. Empacamos y descubrimos que nos habíamos pasado unos 150 metros del quiebra patas por donde debimos salir de la sabana para continuar. La noche nos había traicionado y no ver la salida nos había costado mucho tiempo. Arrancaríamos llenos de energía y con no tantos kilómetros por recorrer. Las enterradas iban y venían, pero nada grave. El arranque del fj40 blanco y la Ford fallaban. Pero todo lo demás funcionaba bien. Recargamos gasolina y pasado el medio día llegamos a La Primavera. Uno de mis lugares favoritos, pues es sinónimo no solo de un gran logro sino también de civilización luego de tanta barbarie. Ya no teníamos reserva en el hotel, pero tuvimos la suerte de encontrar otro, tal vez mejor, lleno de hamacas. Nos instalamos, nos bañamos, comimos delicioso pez en un restaurante. Veíamos ya a otros llegar detrás de nosotros. Nuestra ventaja se había perdido con esa noche en la sabana.

Descansaríamos mientras le daban una buena lavada a los carros y nos tomaríamos el día siguiente para arreglar cosas varias. Mi carro había roto un amortiguador trasero, tenia inconvenientes con el arranque y el nuevo exosto de salida doble estaba suelto y golpeándose contra todo.

¿Continuar o regresar?

Sin estar pensando muy claro, queríamos continuar. Nos faltaban entre 300 y 400 kilómetros para llegar a la meta que nos habíamos propuesto. Y luego volver. Era insensato a nuestro ritmo. Nos iba a tomar al menos dos días ir y otros dos volver. Los carros no estaban perfectos (a excepción del de Roberto, que se encontraba tan bien que fue polichado mientras nosotros visitábamos a don José, el electricista). La razón vencería, volveríamos por donde vinimos, sabiendo que el grupo grande del paseo había pasado ya por la ruta y que además había llovido.

A las 5am una señora nos tenia listo el desayuno. Carne asada, arroz, caldo de costilla, huevos, arepas. Tanques llenos y el sol ya brillando. Así que salimos. Luego de un rato, mi carro hacia un ruido raro. Un inconveniente del exosto nuevo es que hace más ruido del que yo quisiera. Ruido que cubre los ruidos del carro y que pronto será corregido. A baja velocidad, escuchábamos un sonido similar al que haría un niño jugando con su saliva. Pensábamos que era algo de barro en los frenos. Continuamos. Terminado un bajo, tomamos el terraplén y subimos la velocidad.

De pronto; Toc toc. ¿Quién es? El diferencial trasero se acaba de destruir. Frenada en seco. El diferencial botaba aceite por el retenedor. No había otra opción más que desarmar para encontrar el daño. Comenzamos a desarmar y descubrimos que el rodamiento externo del speed había explotado literalmente. Destapamos el diferencial desde atrás, liberamos los semiejes y ya teníamos todo en la mano. No era tan grave y gracias a los “porsiacasos” que mi padre había empacado, teníamos todas las partes para reparar.

El equipo se mantendría a nuestro lado. Camilo leía a Charles Bukouski, Juan Roberto seria el instrumentador. Julieta haría bolitas y estatuillas de arcilla. Taison, se preocuparía y pensaría que era el fin del paseo según confesaría luego. Mi tío Fer, siempre atento y creativo convertiría un bidón en el contenedor del aceite. Pieza fundamental porque no teníamos mas aceite. Gerardo prepararía café y mientras los mosquitos nos atacaban con todo lo que tenían, mi padre y yo volvimos a armar. De pronto, en el horizonte apareció un Fjcruiser y un par de burbujas que llevaban un galón de valvulina nueva y nos regalarían los dos cuartos. Infinitas gracias a esos Toyoteros que en medio de la nada, pararon a preguntar cómo podían colaborar y no dudaron en disminuir sus provisiones para ayudarnos. Pusimos el aceite y seguimos. El carro caminaba como si nada.

El bajo que tanta pelea nos había dado de ida nos esperaba al frente. El equipo volvería a caminarlo buscando una salida fácil. No había ninguna. Así que volvimos al “modo leyenda.” Tomamos la línea del borde de la cerca y nos fuimos uno detrás del otro. La 150 al frente, decidió cambiar de carril mientras los dos Toyotas siguieron por el borde de la cerca. El sonido del motor enmascaraba todo, pero yo sentía un toc toc ocasional y no podía dejar de pensar en el diferencial trasero. Un par de kilómetros adelante, el toc toc grave, volvería. Pero no era nada terrible. Quien escribe, al parecer no apretó lo suficiente los tornillos del cardan y estos salieron a volar. No problem, entre los porsiacasos habían tornillos de repuesto. Esta vez, apreté como si mi vida dependiera de ello y nos olvidamos para siempre del problema.

El sol comenzaba a bajar y habíamos perdido 4 horas reparando el diferencial. El objetivo inicial era almorzar en Guacacias, ahora el plan era dormir allí. Luego de seguir por esa trocha que parecía no tener fin, llegaríamos. Ni un alma se veía en el pequeño poblado. Antes de llegar, en la última enterrada, sentí como que se burlaban. Resulta que unas pequeñas ranas emiten un burlesco “oe, oe”. Ya en el pueblo, nos permitirían armar las carpas bajo el alero de una de las casas, sobre cemento. Yo había empacado carpa, pero olvide llevar algo para poner dentro. Así que dormiría sobre una toalla, con un saco como almohada. Dormí buenísimo a pesar de ello.

Guacacias es un corregimiento en medio de la nada. La luz es generada por una planta eléctrica que apagan a las 9pm. Algunos tienen baterías recargadas con paneles solares y algunos bombillos quedan prendidos durante la noche gracias a esto. Tiene una sola calle, pavimentada y muy buena iluminación pública. El galón de gasolina vale 12.000 pesos y una lata de atún, 6.500. Curiosamente, el pueblo tiene wifi público, gratuito. Lo que nos permitió comunicarnos pues ni Movistar ni Tigo tienen cobertura mucho más allá de Yopal.

Mi conclusión, es que tanto Guacacias como la primavera, quedan en otro país. Son lugares encantadores totalmente desvinculados de la realidad en la que vivimos en el resto del país.

Al día siguiente, desayuno nuevamente. Carne, arroz, caldo, arepa. No entiendo porque aquí no desayunamos así. Barriga llena, tanque lleno, seguiríamos entonces sin inconveniente alguno. La meta del día era Yopal. De regreso, encontraríamos el paso que habíamos buscado de salida al porvenir. Un tramo de sabana y luego unas pequeñas montañas hermosas. Probablemente el tramo más lindo de todo el viaje. Avanzando a buen ritmo llegaríamos a nuestra cita con el ferri.

Pasaríamos junto con unos caballos y avanzaríamos rápidamente hasta Orocué en donde comeríamos deliciosa carne al horno y regular carne a la llanera en un restaurante sobre el malecón, en el cual repetían el mismo vallenato una y otra vez.

La aventura comenzaba a terminar. Luego de tomar los eternos 60 kilómetros de destapada, volveríamos al asfalto. Dormiríamos en un hotel muy cómodo en Yopal. Y ya con Internet nuevamente nos reportaríamos sanos y salvos, mientras averiguábamos por nuestros amigos en la ruta. Curiosamente la información se transmitía a través del chisme. Nada certero se decía sobre los que aun estaban en la trocha. Solo rumores iban y venían. 8 horas tomaría volver a dejar el carro limpio. Sin ajustes mecánicos que hacer, partiríamos hacia Villavicencio a donde llegaríamos a las 11 de la noche, con ruidos raros bajo el carro. La estrujada había cobrado su precio. Las grapas de la suspensión delantera estaban sueltas, los soportes del exosto destruidos nuevamente, la placa delantera también se había soltado, un apretón de cosas varias y estábamos listos para volver a casa.

Y hasta aquí llega este relato, pues de ahí en adelante el único miedo que teníamos era encontrarnos a la policía de tránsito que en cada reten había intentado extorsionarnos por algún motivo. Una lástima total salir a carretera con miedo, como en los viejos tiempos de ser extorsionado al salir a carretera. Solo que ahora no es la guerrilla la que hace retenes para extorsionar.

Puerto Carreño se nos habría escapado nuevamente, pero en este paseo lo importante no solo es llegar, sino pasar buen tiempo con familia y amigos, llevándonos más allá de nuestros limites y nuestra zona de confort. Sin duda, un paseo que hay que hacer alguna vez en la vida.

Aprovecho para agradecer a nuestro amigo y patrocinador Yair Rodriguez Moreno de Metal Formas y Accesorios 4x4 por habernos instalado una bidonera que nos permitiria llevar 4 luces en el techo y 20 galones de combustible adicionales. Sin duda, una pieza clave en nuestro vehiculo.



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